jueves, 28 de abril de 2011

Cap. 14: La marca

---Sí, ya… ya estoy despierta. --- dije.

La voz me temblaba un poco y parecía que estaba un poco afónica. La sensación de que no podía respirar aún se mantenía, por desgracia. Mi madre apareció por la puerta de la cocina y me puse extrañamente tensa.

--- Bueno, ¿qué has estado haciendo esta tarde? --- me preguntó con una ligera sonrisa.

--- Deberes --- dije, demasiado pronto. --- Y trabajos, y resúmenes... se van acercando los exámenes y quiero estar preparada.

--- Más te vale, has bajado un poco esta evaluación… ---Lo que me faltaba, tener que estudiar todavía más. La vida del estudiante es una mierda. --- ¿Cuándo os dan las notas?

--- Pues en junio, como siempre --- respondí con sorna.

--- ¡No me hables así! --- dijo mi madre con enfado. No pretendía que se pusiese así.

Me giré y subí las escaleras, sin contestarle siquiera, porque sabía que si lo hacía, acabaríamos discutiendo y hoy, precisamente hoy, no me apetecía.

Me senté en mi cama esperé. No sabía a qué, pero me quedé esperando. Pasaron los segundos, los minutos, las horas… bueno, tanto como las horas no, pero pasó un rato largo, muy muy largo. Sin darme cuenta siquiera, encendí la radio. Me tumbé boca arriba y escuché la letra con los ojos cerrados…

Y la oscuridad llegó a mi ventana,

subió por la enramada,

y finalmente me alcanzó.

Abrí los ojos de golpe y me acerqué a la radio. Lo raro era que en ese momento estaban teniendo un debate sobre la energía nuclear. No había música. ¿De dónde había salido esa melodía? ¿Podría haberme quedado dormida?

De repente un escalofrío me recorrió la espalda: la ventana estaba justo detrás de mí y una fresca brisa estaba acariciando mi nuca. Mi respiración se paró mientras me giraba lentamente hacia atrás. Inspiré y bajé de la cama intentando ver qué había fuera. Me apoyé en el marco y escruté el exterior. Parpadeé los ojos para ver mejor y creí ver algo que se movía entre la oscuridad de la noche. No supe nunca porqué, pero salté de la ventana.

Cerré los ojos antes de aterrizar en el suelo de cuclillas y cuando los abrí no estaba precisamente en mi jardín, tirada en el césped, no: estaba en una oscura habitación oscura, muy oscura. Intenté ver algo y de repente una luz cegadora apareció. Cuando los ojos se me acostumbraron a ese cambio de visibilidad, me di cuenta de que estaba bajo tierra, o eso parecía, porque el techo y las paredes (redondeados) parecían de piedra, color tierra, y el techo era extremadamente alto. No conocía ningún edificio por allí que tuviese tal altura.

Allí se respiraba con cierta dificultad, parecía que había kilos y kilos de tierra sobre ese lugar. Caminé hacia una especie de burbuja que había a lo lejos.

Después de caminar mucho tiempo, parecía que no iba a llegar nunca. Cada cierto tiempo, la cápsula se iba difuminando más y más hasta que llegó un momento en el que desapareció del todo y una especie de ciudad apareció poco a poco. Empecé a ver borroso. Las imágenes iban y venían, y la ciudad desapareció por un momento en el que me quedé sin respiración. Cuando volví a ver con cierta nitidez estaba tirada en el suelo mirando al rocoso techo. Me levanté con cierta dificultad y miré a mi alrededor. La ciudad seguía allí, intacta, y sin burbuja alrededor. El resto del lugar parecía tan infinitamente grande como antes. Me pregunté a quién diablos se le había ocurrido escavar algo de ese tamaño y pensé que debía haber sido algún tarado. Seguí caminando hacia aquella ciudad. Un montón de casitas parecidas lucía ante esa luz que seguía sin saber de dónde llegaba. Un campanario se podía ver desde la punta más lejana del pueblecito, porque no era tan grande como una ciudad entera. Aún así, no veía a nadie por la calle. Seguí caminando. El suelo se estaba haciendo cada vez más húmedo, o esa sensación me daba a mí.

Llegué hasta un puente de madera y miré hacia el techo por tercera vez. Una bola de luz dorada se encontraba flotando en medio de una bóveda justo por encima de aquel pueblo. Lo que yo decía, un tarado.

Al intentar cruzar el puente para llegar a las puertas del lugar, una de las tablas se resquebrajó por uno de los laterales y justo antes de caer…

Abrí los ojos de golpe. Estaba tirada en mi alfombra y un hombre de voz grave seguía hablando del incidente de Chernóbil.

Me levanté corriendo del suelo, aturdida, pensando que me iba a manchar de tierra cuando realmente me di cuenta de donde estaba. Me senté en la cama, mirando la radio.

Las palabras resonaban en mi cabeza, como dando martillazos. Tarado... era una palabra que Alex no dejaba de repetir. Si no lo decía cuarenta veces al día, no dormía tranquila. Sonreí para mí misma pensando en las tardes sentadas en la terraza del bar Baobab, llamando tardos a todos los que pasaban: el chico del caniche, el hombre de la capa manchada de tierra, los tres góticos que llevaban cadenas que parecían de una cárcel antigua arrastrando por el suelo… Siempre se me acababa saliendo el refresco por la nariz.

Apagué el aparato y me desperecé. Me recogí el pelo en una coleta y cuando rocé mi nuca con el dorso de la mano, noté una especie de marca en relieve sobre mi piel. Al principio pensé que era un lunar, hasta que me di cuenta de que formaba un dibujo. No sabía muy bien que era e intenté mirarme en el espejo, pero era increíblemente difícil girar mi cabeza ciento ochenta grados para poderlo ver.

Me pasé como una media hora buscando un espejo pequeñito, de los que se llevan en el bolso, para enfocarme la nuca y mirar en el espejo como era aquella marca. Parecía un nudo celta: era un círculo, en cuyo centro se unían los cuatro pétalos de lo que parecía una flor muy simple. Tenía un curioso color morado brillante. Me fui a la cama y me pregunté qué podría soñar esa noche, si ya había tenido ese extraño “sueño” en el que era Alex de nuevo (qué extraño…)

Justo en el momento en el que me iba a meter en la cama, mi madre me llamó desde abajo.

--- Abbie, tienes una carta. --- Suspiré con resignación y bajé medio trotando, bajando las escaleras de dos en dos.

Abrí la carta con cuidado. Era del instituto y decía que al día siguiente por la tarde tendría clase extra de biología.

--- ¿Pasa algo? --- me preguntó mi madre cuando iba a volver a la cama.

--- No, es que tengo que quedarme mañana más tarde para dar una clase más de biología. --- contesté.

--- ¿Y vas a comer allí?

--- Supongo --- respondí, sin darle mucha importancia al tema.

Subí, volví a taparme con las sábanas en la cama y me quedé profundamente dormida.

sábado, 12 de marzo de 2011

Cap. 13: El código


Mis ojos casi se salen de sus órbitas al oír esas tres simples palabritas. Voy a ser sincera, lo primero que se me pasó por la cabeza fue darle con el tenedor en la frente. ¿Podría Heather descubrirnos? ¿Qué pasaría si…? Vale, estaba siendo exagerada, no eran muy importantes esos sueños, por lo menos ahora, y ¿quién sabía si Heather se lo había tomado como un juego o no? Ahora no es el momento de ser pesimista, ahora tengo que ser una amiga… pensé.

Respiré hondo y me dije a mí misma una y otra vez que no iba a pasar nada. La miré con firmeza. Su expresión era extraña. Parecía que realmente se arrepentía de lo que había hecho.

--- ¿Qué te dijo?--- le pregunté con suavidad.

--- Me… me tomó por loca… --- dijo con lágrimas en los ojos, pero no llegó a llorar. --- Creía que estaba bromeando. Me dijo que era una tontería, que todo el mundo tiene sueños extraños. --- Tragó saliva. Se notaba que le costaba un gran trabajo recordar a Heather, su gran amiga, tratándola como a una lunática. En cierto modo, la entendía. Heather llevaba todo el instituto bajándome la moral poco a poco. No tenía mucho ego, así que no debió de costarle demasiado. Sabía lo que era sentirse así. Apoyé mi mano en la suya para que viese que le entendía.

>> Me sentí… destrozada. Creía que ella era mi amiga. Se lo dije para tener a alguien que me dijese ‘’No pasa nada, ya verás como no.’’ … --- Su mano resbaló debajo de la mía y se la apoyó en la frente.--- Salí corriendo hacia mi casa y te llamé.

--- ¿Por qué a mí? --- pregunté inclinando la cabeza hacia ella para poder atisbar sus ojos.

--- No… no estoy segura… era como si algo dentro de mí marcase tu teléfono, no fue para nada voluntario, ni siquiera lo sabía, nunca te lo he pedido… --- soltó una risita nerviosa.

Me quedé pensando. Sabía a qué se refería. Yo también había tenido esa sensación el otro día, cuando salía de clase y quería volver andando a casa… cuando encontré el móvil…

De repente, sonó un pitido del piso de arriba. Noah y yo giramos la cabeza hacia las escaleras. Un escalofrío recorrió mi espalda. Noah me miró con el ceño fruncido y me levanté. Ella me siguió subiendo las escaleras hasta entrar en mi habitación, que se quedó en la puerta. Busqué por todos lados hasta dar con la maldita causa de mis quebraderos de cabeza. Tenía un mensaje.

D6, D8, I2, I1, Ab

--- ¿Qué es? --- preguntó Noah acercándose a mí. Le mostré la pantalla. --- Aham… Repito, ¿qué es?

--- No tengo ni la más remota idea… --- contesté bloqueando el móvil. --- Pero tengo hambre, así que ahora mismo, me da igual. ¿Vamos?

Noah asintió con la cabeza agarrándose los codos con las manos y bajamos las escaleras.

Pasó la mitad de la tarde sin que nada más interesante pasase, excepto que gracias a Noah los problemas de química resultasen bastante más sencillos que de costumbre. Estuvimos bastante tiempo en silencio, sin hablar absolutamente de nada. Se hacía tarde y no sabía cómo tenía que hablarle a Noah, así que intenté dejar de pensar y hacer caso de mi instinto, por así decirlo.

--- Noah, no es por nada, pero ¿cómo piensas volver a casa? --- Noah se quedó un rato dubitativa, repasando sus opciones, me dije a mi misma. --- Eooo… ¿Noah?

--- ¿Eh? ¡Oh! Emm… ¿Andando…?

--- Noah, ¿eres tonta o persigues coches aparcados? ¿Cómo vas a ir andando a casa? ¿Sabes lo lejos que vivo de la civilización?

--- Ya pero… un paseo nunca viene mal ¿no?

Después de un rato discutiéndolo, Noah llamó a su madre y la recogió media hora después. Nos había dado tiempo a acabar todos los deberes y a empezar un par de redacciones, así que no me apetecía seguir haciendo nada. Me tumbé exhausta en el sofá y recé por no quedarme dormida. Miré hacia el techo mientras los párpados se cerraban poco a poco y cansinamente. Cada vez que me daba cuenta de que me estaba quedando dormida, parpadeaba rápidamente.

No sé exactamente en qué momento de esos en los que cerraba los ojos me dormí, pero aparecí en un sitio oscuro y frío. Todo estaba borroso aunque se podía distinguir, a duras penas, un tono verdoso en el aire que me rodeaba. Estaba mareaba y tenía la sensación de que me iba hundiendo. De repente, algo me cogió por el pie y una sensación de agobio me recorrió todo el cuerpo. Ahora todo se veía más nítido. Estaba hundiéndome mientras esa garra me arrastraba hacia las profundidades. Las algas que me rodeaban le daban color al agua y me hacían sentir una repugnancia que me provocaba arcadas. O quizás fuese que notaba los pulmones llenos de agua. Una ansiedad que no había experimentado nunca hizo que todas las fuerzas que me quedaban fueron a mis piernas que se impulsaban contra la zarpa que me apresaba. Cuando desistí, me encogí para comprobar si mis manos podían liberarme de esa presión y arañé esa masa viscosa. Miré hacia abajo y vi una mano perfectamente humana pero del color de las algas que se confundía con el fondo, y cuando hice un esfuerzo para ver de dónde salía, comprobé que unos ojos rojos y brillantes, como las luces Stand By adornaban una cabeza de las mismas características de la monstruosidad que me apresaba el pie.

Me levanté sin poder respirar apenas y miré por la ventana. Era bien entrada la noche y seguramente mi madre ya estaba aquí. Me levanté sin hacer ruido para no molestar a mi madre, que seguramente estaba terminando sus gráficas… No paraba de trabajar.

--- ¡Abbie! ¿Ya estás despierta, bella durmiente?

sábado, 12 de febrero de 2011

Cap. 12: Escaleras y relojes

En clase, distraída como siempre, los ojos se me cerraban. Ponía la mente en blanco, o intentaba escuchar, sin resultado alguno: no me enteraba de nada. Esa noche no había dormido muy bien y las malas noches pagan factura por la mañana. ¿Por qué las clases no serían por la tarde? Así la gente no tendría que madrugar…

Cuando tocó el timbre, salí de clase dando traspiés y casi me choco con Tamara, y luego con Loyola. Miré el reloj y pensé a qué hora podría volver a ver a Noah cuando me la encontré junto a mi taquilla. Parecía esperar a alguien. Miraba inquietamente a ambos lados del pasillo hasta que nuestras miradas se encontraron y vino hacia mí.

--- ¿Te importaría que fuese a tu casa después de clase? --- seguramente vió la cara que ponía, porque enseguida dijo--- Es que no va a haber nadie en mi casa y no me apetece estar sola… Bueno, ¿qué te parece?

La verdad es que no sabía lo que me parecía así que le dije que sí, para poder hablar con ella a solas.

--- ¡Gracias! Luego te guardo sitio en el autobús ¿vale? ¡Adiós!

Y se fue corriendo antes de dejarme contestar. Ese comportamiento hacía que en mi cabeza apareciese una jaqueca impresionante. No me acababa de acostumbrar a Noah.

A la salida me senté con ella en la parte de atrás. Poco después entró Coby y se sentó a mi derecha… Perfecto. La situación más cómoda del mundo.

--- ¡Hola!

--- Emm… hola. Coby, ésta es Noah. Noah, Coby.

--- Encantada.

--- Igualmente.

Me encantan esos silencios incómodos en los que a nadie se le ocurre absolutamente nada que decir.

Los minutos pasaban y mi impaciencia se iba incrementando mientras me mordía el labio. Finalmente, el autobús paró al lado de mi casa. Noah se levantó, me sonrió y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiese. Después de levantarme, miré a Coby y me dijo que le llamase. Seguí andando, mirándole y con el cejo fruncido pensando en de dónde iba a sacar su número de teléfono.

Cuando abrí la puerta, dejé pasar a la extraña en mi santuario rezando para que me sirviese de algo llevar al enemigo a mi casa.

--- ¡Qué chico más guapo! ¿Quién es?

--- Coby, un chico del insti.--- contesté.

--- ¡Oh! ¿Me lo dices en serio? --- dijo con sarcasmo. --- Ya me lo imaginaba, se ha montado en el autobús del insti, por si no te has dado cuenta… --- puso los ojos en blanco. --- Bonita casa. Es emm… muy rústica.--- señaló con no mucha convicción en la voz.

--- Gracias, creo.

Entró en la cocina y registró todo. Era bastante gracioso ver a Noah andando por allí como si fuésemos amigas de toda la vida… Gracioso en el sentido macabro de la palabra. Se quedó embobada mirando un sencillo reloj de pared que, por supuesto, no pegaba con nada. La verdad es que tenía su encanto: era de madera, haya creo; la base era cuadrada; las manecillas, blancas como el marfil; y en relieve, una flor, posiblemente una margarita con doce pétalos más cortos de lo normal con los que marcaba las horas. Sí, era bastante bonito.

--- Es exactamente igual que el que tenía mi abuela en su salón. --- dijo sin apartar la vista del aparato.

--- ¿Tenía? ¿Es que ya no? --- me arrepentí justo después de decirlo.

--- Murió --- contestó sin más.

--- Oh… lo siento.

--- No pasa nada, fue hace mucho tiempo… --- dijo con cierto matíz de tristeza. --- Bueno, no pensarás que he venido solo para hacerte compañía ¿no? --- y tosíó con un sonido parecido a --- Cog… mida.

Puse los ojos en blanco.

--- Ya voy, ya voy… --- dije con desgana.

Cogí las sobras de lasaña del día anterior y las metí al microondas mientras Noah salía de la cocina a seguir cotilleando. Puse la mesa y cuando estaba llenando la jarra de agua, Noah me llamó desde el piso de arriba. Subí las escaleras. Miraba un retrato torcido de la pared: era el de Leona.

--- ¿Quién es? --- preguntó con curiosidad.

--- Es… Leona.

--- Oh… La verdad es que le va que ni pintado --- contestó ella. --- ¿Cómo puede tener ese volumen de pelo? Bueno, que el resto del cuerpo tampoco se queda corto en eso de volumen… Jajajaja.

No pude contener una sonrisa. Era cierto que aquella melena de mi hermanastra era idéntica a la del animal que le daba su nombre, y además tenía un cuerpo que era más bien tirando a enorme. Era más fácil saltarla que rodearla. Hablando de Leona, hacía tiempo que no sabía nada de ella… Bueno, seguramente estaría comiendo así que mejor no pensar en ella.

--- Y ¿quién es? --- mis planes de olvidarla no parecían dar fruto.

--- Es mi hermana --- Noah frunció el cejo. --- Bueno, mi hermanastra.

--- Y… ¿te cae bien? --- preguntó con curiosidad, como si temiera que le dijese que sí.

--- Claro que no --- dije con una sonrisa. --- Es odiosa, siempre se mete conmigo, su madre la adora, siempre que cenábamos juntos en Navidad buscaban algo con lo que compararme con ella para que yo pareciese menos…

--- ¿Y no decían nada de su peso? 250 kilos, ¿no?

Sonreí. Me gustaba esta chica, aunque a veces era difícil de soportar, parecía que nos podíamos llegar a llevar bien.

Sonó el alarmita del microondas y bajamos las escaleras de nuevo. Antes de llegar a la puerta, Noah se quedó mirando el cuarto… no, el quinto escalón.

--- Ey, esto tiene un agujero… ---dijo con sorpresa.

--- ¿Qué? --- me sorprendió tanto o más que a ella. Llevaba buena parte de mi vida viviendo en aquella casa, incluyendo la época en la que me dio por tirar los cochecitos de juguete rodando por las escaleras y era bastante complicado que nunca me hubiese fijado en ese boquete que se abría en la izquierda del quinto escalón. Tenía la forma de cerradura. Era muy peculiar. La miré a ras del suelo y parecía bastante profunda. Era extraño…

--- Bueno, yo tengo hambre, así que… --- comentó Noah con sutileza.

--- Vale, vale, tranquila… --- recobré mi camino hacia la cocina y puse los cubiertos y los platos blancos con rosas en el centro sobre la mesa. Serví la lasaña y me senté. Noah me imitó.

Pocos mordiscos después, Noah levantó la cabeza y dejó el tenedor sobre el plato. Tragó con fuerza y respiró profundamente.

--- ¿Qué…

--- ¿Qué ha pasado con Heather? --- pregunté yo antes de que ella dijese nada.

Volvió a respirar hondo y respondió.

--- Se lo conté…