domingo, 13 de junio de 2010

Cap. 6: Noche estrellada


Yo no quería abrir la puerta. Simplemente no quería arriesgarme a ver algo que no quería. No podría soportarlo. No había pasado ni una semana y ya me estaba volviendo loca. Tenía muchas cosas en la cabeza. ¿Quién me dijo que mi vida aquí iba a ser muy fácil? Ah sí, el padre que no soportó vivir aquí por el ‘estrés’…

Coby se acercó a la puerta y yo fui detrás de él, mirando a sus pies todo el rato hasta que se paró. El corazón me iba a cien por hora. Me daba la sensación de que todo el mundo en un radio de kilómetros podía oír mis latidos. Coby se dio la vuelta con el ceño fruncido.

--- Abre tú --- lo mato. No me daba la gana. ¿Cómo podía decirme eso? ¿No entendía todo lo que había soportado? Respiré hondo e intenté hacerle caso. Las manos me temblaban y no podía respirar con tranquilidad. Cerré los ojos con fuerza y acompasé mi respiración a la suya. Los volví a abrir, ahora un poco más tranquila.

Caminé hacia la puerta. La distancia de dos metros parecía dos kilómetros. Una parte en mi interior me decía que tenía que darme la vuelta, subir las escaleras y encerrarme en el baño para no salir nunca; pero la otra parte de mí me decía que debía ser más valiente de lo que había sido en estos pocos días. Así que hice caso a la última y abrí la puerta.

No puedo explicar exactamente todo lo que se me pasó por la cabeza en ese corto momento. Pensé en TODO. No hay otra manera de decirlo. ¿Sabéis eso de que cuando estás en un momento de peligro de muerte ves pasar toda tu vida ante tus ojos? Vale, igual me he pasado un poco. No estaba exactamente en “peligro de muerte”, pero fijaos en lo que me ha pasado estos días, ¿no creéis que podía estar en peligro de muerte? Y aunque no sea así, yo si lo consideraba, y creo que pensar en tantas cosas a la vez es malo porque yo me desmayé.

Sí, si llorar no era suficiente, allí estaba yo desmayada en mi sofá después de que Coby me dejase allí tumbada.

Cuando me desperté estaba despatarrada en el sofá, con la cabeza apoyada en los muslos de mi madre que me acariciaba el pelo. Giré la cabeza hacia la televisión y vi que estaba encendida. Mi madre no solía ver la tele nunca a no ser que estuviese preocupada. La miré con ojos entornados. Ella me sonreía.

--- ¿Por qué te desmayaste cuando me abriste la puerta? Menos mal que estaba ese chico…

--- ¿Eras tú? --- intenté tener fuerza en la voz pero no lo logré muy bien.

--- Claro, eran las siete, siempre llego a las siete a casa los jueves.

--- ¿Es jueves? --- sonó más un susurro que un grito, pero la intención es lo que cuenta.

No sabía que hoy era jueves. No lo había pensado. Si lo hubiese sabido no me hubiese puesto tan nerviosa. Qué ridículo he hecho. Nadie ha hecho lo que yo en un solo día…

Me levanté para comer algo. Miré el reloj de la cocina. Eran las nueve y media de la noche. Mi madre me miraba desde el salón con preocupación. Suspiré y abrí el frigorífico. Cogí una lechuga, unos tomates y dos huevos duros y preparé una ensalada. Cuando ya no tuve más hambre, la metí en la nevera de nuevo y me encerré en mi habitación. Cogí mi iPod y otra vez a escuchar música. Esta vez empecé donde antes lo había dejado: Supermassive Black Hole de Muse. Mi música rock que nunca faltase. Me tumbé en mi cama a descansar. Me encontraba bastante mal. Pensé en Coby. ¿Qué se pensaría de mí? Una loca que se desmaya porque viene su madre. Muy maduro. Me puse el pijama y apagué el iPod. Esperaría a otro día para explicarle a Coby todo.


Una noche estrellada y sin pesadillas se agradecía mucho, sobretodo después del peor día de mi vida. Había hecho un ridículo espantoso. Bueno, daba igual. Borrón y cuenta nueva. Hoy era un nuevo día y nada me lo iba a estropear.